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Equipos odiados

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
15/09/2022

Se quiera o no el fútbol provoca pasiones, pasiones que son ardentías, ardentías que son pulsiones, pulsiones que derivan en bajos humores, bajos humores que alimentan los peores instintos… Dicho más brevemente. Amamos a nuestro equipo del mismo modo que odiamos al equipo al que consideramos íntimo enemigo, sea en la misma ciudad o no. Decía Einstein que es más fácil destruir un átomo que romper un prejuicio. Para un hincha creyente, la aversión y el odio a un equipo lo separa mundanalmente de Cristo y del Evangelio: amarás al prójimo como a ti mismo. Dura prueba cristiana, pues, la de intentar amar al prójimo que viste esa camiseta que, como poco, nos produce malestar visual cuando la vemos. Que nos produzca tibio rechazo o simple indiferencia ya sería un logro que agradecer.

De un tiempo a esta parte sabemos que el RB Leizpig (jugó esta semana en Champions League contra el Real de Madrid) resulta ser el equipo más odiado de Alemania. La estupenda crónica de Elios Mendieta en ‘El Confidencial’ revela los entresijos de este equipo nuevo y artificial, nacido gracias al potosí de la compañía austriaca Red Bull fundada por el singular Dietrich Mateschitz. De hecho, la compañía ya es propietaria del exitoso RB Salzburgo en Austria, lo es también del casi neonato Red Bull Bragantino brasileño, del New York Red Bull y cuenta, como es sabido en el planeta de las cuatro ruedas, con su equipo de Fórmula 1 (Max Verstappen es además el actual campeón con Red Bull). La artificialidad del RB Leizpig, unida a su chequera, ha hecho que sea el club más odiado entre todos los hinchas alemanes. Si algo caracteriza al forofo germano es su fidelidad a las formas tradicionales en el fútbol.

El club de Leizpig, otrora ciudad de la vieja República Democrática de Alemania (DDR), no responde, como podría pensarse por las siglas, al nombre de Red Bull Leizpig. En verdad se llama RasenBallen Leizpig. De modo que la RB mayúscula resulta ser comercial y pretendidamente confusa al asociarlo uno inconscientemente con la marca de bebidas isotónicas. El odio al club de la difunta Alemania del Este (el otro equipo más importante es el Dinamo de Dresde, con ese toque sovietizante en el nombre: Dinamo), obedece, en gran parte, al hecho de que se ha saltado en la práctica la máxima inviolable para todo aficionado alemán de buen nombre. Se trata del allí célebre 50+1. O sea, que el cincuenta por ciento más uno de la propiedad de un club debe estar en manos de los aficionados. La dirigencia mercantil del RB Leizpig cumple con la norma, pero a su modo. Tiene sólo 20 socios, a los que pertenece el club para no saltarse la ley; pero todos ellos están vinculados al engranaje Red Bull.

Partido tras partido, allá por donde va, al equipo lo obsequian con cánticos y bonitos regalos preparados por las gradas rivales. Recuerda Mendieta en su crónica que la hinchada del Dinamo de Dresde arrojó al campo en su estadio una cabeza de toro (el cornúpeta es el logo de identidad de Red Bull). Mostraban así su rechazo al capitalismo y a la gestión fría y empresarial que ha rodeado a este equipo aún imberbe (nació en 2009, aunque ha ganado ya una Copa en Alemania y fue segundo el pasado año en la Bundelisga). Asimismo, en otro estadio, la hinchada del Unión Berlín recibió en su casa al odiado visitante vestida de riguroso luto, y así permaneció, de pie hieráticamente, unos quince minutos. El ‘Money, money, money’, aquella pegadiza canción del grupo ABBA, sonó en Dusseldorf a toda pastilla para sugerir que ése era el único himno que puede mostrar la esencia del juguete creado por los dineros de Red Bull. De nada sirve como indulgencia que la factoría RB Leizpig se haya convertido en un laboratorio de talentos y promesas que podrían dar el salto a los propios clubes de quienes lo odian.

¿Y cómo es la hinchada odiada? Lo peculiar de este nuevo club es que sus hinchas, salvo contadas excepciones, carecen de apego local, de ese efluvio que los romanos llamaban ‘genius loci’ (espíritu de un lugar). Quiere decirse que su afición, a diferencia de la Dinamo de Dresde, no se siente identificada con la nostalgia anímica y costumbrista de haber pertenecido a la antigua cultura comunista de la República Democrática Alemana, la inefable DDR, ese mastodonte que muriera con el viejo Erich Honecker. Los seguidores del Leizpig son ni de aquí ni de allá, ni exactamente lo contrario. El veletismo, por así decirlo, es lo más parecido que tienen como esencia. Sí reconocen que el emporio Red Bull ha hecho que la Alemania oriental tenga una sucursal de competitividad, dentro y fuera del fútbol, con la Alemania del oeste, de donde son oriundos por aplastante mayoría casi todos los equipos de la Bundesliga.

Más allá de Alemania, si uno presta atención país por país al ranking de sus equipos de fútbol más odiados, podrá darse cuenta de que el odio viaja con su pasaporte internacional y sin excepción por todo lugar. El América de México es el equipo que más inquina provoca en el país de López Obrador (López Cagador, en versión de sus detractores). En el querido fútbol turco, el novísimo y adinerado Istanbul Basaksehir se mueve ya en lo competitivo con los grandes Besiktas, Galatasaray y Fenerbahçe, siendo un equipo casi creado ‘ad hoc’ por el islamismo político de Erdogan y de su partido el AKP. De ahí, por lo general, que se le profese rechazo, no tanto por tal vinculación como por su nula tradición futbolera.

No hay que tener un privilegiado cacumen para barruntar que, en Francia, el equipo más odiado es el PSG. La inquina explotó aún más desde que los parisinos quedaron convertidos en uno de los hoy célebres clubes-estado gracias a los petrodólares de Qatar. La visceralidad gala no queda ahí, sino que es la propia ciudad de París, como se lee en un reportaje de la revista ‘Líbero’, la que detesta al propio PSG y al fútbol en general. En Italia, el odio en el país de la bota se concita en torno a la Juventus, que es a su vez, como paradoja, el club que más aficionados reúne desde el Piamonte a Calabria, exceptuando su ciudad natal, Turín (el Torino, como todos sabemos, es el club turinés por antonomasia). La Juventus, hija de la FIAT, equivaldría pues al catetismo provinciano que emana del Real de Madrid fuera de la Villa y Corte.

Por su parte, según encuesta del ‘Mirror’, el Chelsea de antes y después de Abramovich (raro se nos hace que siga vivo sin haber sido envenenado o arrojado desde alguna ventana por las huestes secretas de Putin), tiene el honor de concitar las mayores aversiones en Inglaterra, seguido por el Manchester United. El nuevo propietario del Chelsea es Todd Boehly, otro potentado del ramo. Está haciendo méritos para seguir en la cresta del odio por parte de los súbditos del ya Carlos III de Inglaterra. Se ha gastado 380 millones de libras este verano en fichajes y ahora, al parecer, anda promoviendo una americanada de tintes crematísticos: ha sugerido un partido de estrellas de la Premier entre los mejores futbolistas de la zona norte de Inglaterra con los de la parte sur. Por lo general, todo aburrido potentado tiende a provocar en el fútbol con sus ocurrencias.

¿Y en España? ¿Qué equipo o equipos reúnen odios y negras vísceras? Es lo que el paciente lector está esperando tal vez con incontrolable morbo. Pero los datos que se tienen, al menos hasta ahora, no son significativos o no ofrecen gran interés por su peculiaridad. Veamos.

La web Electomania publicó, respecto a la pasada temporada 2021-2022, que los equipos más odiados en España eran, por este orden, el FC Barcelona (FC Indepe), el Real de Madrid, el Atlético y el Sevilla FC. O sea, casi justo por orden (valga la redundancia) según la clasificación finalmente obtenida en la pasada Liga (a excepción claro está del campeón merengue). Le siguen el Espanyol, el Athletic Club y el Real Betis (séptimo). En el top 10 de los odiados se incluyen también Getafe, Osasuna, Rayo Vallecano y Valencia. Quizá esta parte baja del top o el caso del Espanyol sí concitan algo de más interés, pero no desmedido. Entre los dos equipos sevillanos, ni siquiera la inquina al Sevilla FC (4,3%) dista un abismo del en teoría amable Real Betis (1,6%), lo que prueba que estar en la pomada de los títulos causa aversión progresiva. O sea, la envidia, tan españolísima. De eso se libra el simpático Cádiz CF.