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Antonio Félix
Antonio Félix
16/02/2023

Créanme, es duro escribir mal de Rakitic. Es difícil hacerlo sobre alguien a quien admiras tanto, que te ha hecho amar el fútbol, oficio que desarrolló durante mucho tiempo con brillantez y siempre con respeto, y en el que alcanzó logros memorables, varios de ellos con el Sevilla, el equipo donde hoy languidece, como una sombra irreconocible y lejana de aquellos días de vino y rosas.

Nada es eterno. Ni siquiera el magisterio de Rakitic, uno de los grandes embajadores de este deporte, intachable sobre el verde tanto como fuera de él. La accesibilidad del genio es el último obstáculo para someterle a una crítica siempre infame cuando se dirige, al fin, a las buenas personas. Esto lo dice muy bien Colin Farrell en una memorable escena de las ‘Almas en pena en Inisherin’. Eso es lo que es, exactamente, Ivan Rakitic, en estos momentos y desde hace ya demasiado tiempo: un alma en pena en Nervión.

En puertas de la eliminatoria con el PSV, todavía no cesa el dulce gusto que dejó el partido con el Mallorca, el primero en mucho tiempo donde el Sevilla se comportó como lo que solía: un torbellino. El regocijo ha sido tan hondo que la gente se ha dado a disfrutar y no se ha parado demasiado a pensar en las causas. Tampoco en sus víctimas. Porque en el fútbol, un juego de once, hasta los éxitos dejan daños colaterales. En este caso hay que decir que el maravilloso partido del Sevilla no fue tal, sino medio. Y que el otro medio que quedó para el olvido coincidió con la entrada en escena de Rakitic, algo que desde hace demasiado tiempo ha dejado de ser circunstancial, para convertirse en norma.

Por desgracia, el fútbol moderno parece haber pasado por encima del maravilloso centrocampista croata, víctima de una condición física que, sencillamente, no le alcanza. A la velocidad que ahora se desarrolla el juego, Rakitic ni la ve. Y el Sevilla lo sufre. Desde luego, el fútbol ramplón del equipo no se puede explicar en exclusiva con el ocaso de su capitán. Pero, de igual manera, resulta evidente la obscena merma atlética que acumulaba el grupo cuando se le añadía a futbolistas como Jordán, Papu, Suso o el fatigado Fernando. ¿Quién robaba una pelota ahí? El problema resultaba tan aparatoso que el simple hecho de reclutar a alguien que corre, Pape Gueye, le ha sentado al Sevilla como encontrarse al Mesías.

Hace unas semanas, y cuestionado por su penuria física, Rakitic alegó que en su último partido incluso había batido su marca de velocidad. Caer en el patetismo debería hacerle reflexionar. Un jugador como él no merece acabar así. Su profundo conocimiento de la profesión, su precisión técnica y su terca competitividad deberían hacerle aprovechable todavía para Sampaoli, cuyo gesto en el Camp Nou exhibiendo sus miserias al colocarle como delantero recordó aquella majaretada que, en su día, se le ocurrió a Jiménez poniendo a Kanouté de mediocentro. Esas mierdas sobran siempre, y más con las leyendas. Sampaoli ha de encontrarle el sitio al capitán, en el que siga siendo importante a pesar de convertirse en secundario. El Sevilla lo necesita para conseguir el objetivo vital y aún nada claro de evitar el descenso (quien quiera seguir flipando, allá él) esta temporada. Tras ella, y a pesar de ese contrato fabuloso de 6,5 kilos hasta 2024 que Monchi le regaló, Rakitic debería considerar si, por respeto al club al que tanto ha dado y que tanto le dio, éste hubiera de ser su último gran servicio.