¡¡¡Vienen los turcos!!!
Esplendor en la Hierba
Javier González-Cotta 08/03/2023 |
Disculpen que juegue al viejo yo-yo (o sea, que hable de mí mismo). Pero la primera vez que me perdí a posta por la zona asiática de Estambul, en Kadiköy (la antigua Calcedonia, no confundir con la Calzedonia de los pantis, leggins y medias), me topé con una mara de hinchas. Había su buen número de féminas, muchas tocadas con pañuelo en la cabeza y otras tantas descubiertas. Todo el mundo, ellos y ellas, iba ataviado con bufandas y camisetas amarillas y azules del Fenerbahçe (tradúzcase como 'jardín del faro').
El equipo de quienes ahora desembarcan en Sevilla por la Europa League es el único club estambulí de la Superliga que juega en la zona asiática. En concreto tiene su domicilio deportivo en el gran hervidero del Sükrü Saraçoglü Stadyumu (da nombre al estadio un antiguo presidente del club y primer ministro turco durante la Segunda Guerra Mundial). Yo iba ensimismado por Kadiköy, tras haber visitado la melancólica estación de trenes de Haydarpasa, cuyos raíles casi abrevan sobre el Mar de Mármara y el Bósforo (ardió dramáticamente meses después de mi visita).
Pero a lo que voy. Un policía armado a las turcas maneras me pidió la documentación. Lo hizo con gesto hosco. El pasaporte español con la UE lo desarmó. Aproveché para preguntarle contra quién jugaba esa tarde el Fenerbahçe. Pensé torpe y primitivo en el único deporte posible: el fútbol (un partido de la Superliga o alguna que otra ronda europea). No recuerdo qué equipo me dijo el policía, pero sí me acuerdo de que me corrigió cual bobo, diciéndome que no se trataba de un partido de fútbol, sino de baloncesto (soltó la metralleta y me hizo un gesto de tirar a canasta).
En efecto, bajo la melancólica carajera, había olvidado por completo que el Fenerbahçe es un señor club polideportivo y que, más específicamente, su equipo de baloncesto es uno de los grandes en la Europa del ramo. Kadiköy adentro, deambulé por la interminable avenida Bagdad, antiguo ramal de la Ruta de la Seda, y no dejé de toparme con aficionados vestidos de amarillo y azul (el amarillo remite a los narcisos que antaño crecían junto al faro marítimo de Fener, próximo al estadio). Me perdí por el propio distrito de Fener y también por el de Moda, en uno de cuyos hospitales para pudientes nació Orhan Pamuk, el Nobel turco de literatura y seguidor confeso del Fenerbahçe (hoy dice Pamuk que “el fútbol en Turquía es una máquina de producir nacionalismos, xenofobia y pensamientos autoritarios”).
Con esta anécdota personal y algo pueril sólo quiero evidenciar que el deporte en Turquía se vive con una movilización superlativa. Nada nuevo, como ya sabrá la prensa deportiva tantas veces desplazada a Estambul (la final de la Champions de 2023 tendrá lugar, si los terremotos lo permiten, en la megaurbe del Bósforo). Todos conocemos desde hace tiempo el clásico marbete del “infierno turco”. Se asocia al ardoroso ambiente de los estadios donde juegan las tres gracias del fútbol en Turquía: Fenerbahçe, Besiktas y Galatasaray (el Türk Telekom Arena, la casa del club de Galata tras el histórico estadio Ali Sami Yen, tiene el récord del mundo en cuanto a jauría de decibelios: 136,71 dB, logrado precisamente en un derbi contra el Fenerbahçe, el llamado Clásico Intercontinental). Por eso, entre otras cosas, la información sobre los equipos de la Superliga turca se ajusta más en ocasiones a la sección de Sucesos que a la propiamente de Deportes. Más allá de ciertos hechos desagradables (haberlos haylos), las excentricidades del fútbol turco me resultan la mar de divertidas.
El pasado fin de semana, los seguidores del Fenerbahçe (segundo clasificado en la Superliga tras el Galatasaray) no pudieron desplazarse a Kayseri para ver el partido entre su equipo y el Kayserispor (séptimo clasificado). El gobierno del inevitable Erdogan (veinte años ya en el poder) les prohibió el acceso a todo recinto deportivo en el país en virtud de la Ley 6222 de Prevención de la Violencia y la Irregularidad en el Deporte.
El motivo de tal sanción fue la ensordecedora bronca que los hinchas armaron en el Sükrü Saraçoglu en el partido doméstico que los enfrentó contra el Konyaspor (noveno clasificado). El graderío la emprendió con gritos y abucheos contra el gobierno por su gestión en el espantoso terremoto ocurrido en el sudeste de Anatolia (se cumple ahora justo un mes del fatal cataclismo). Volkan Demirel, respetado portero que fuera del Fenerbahçe (diez títulos con su club) y hoy entrenador del Hatayspor (equipo de la devastada ciudad de Antakya, la antigua Antioquía cristiana), hizo un emocionante llamado por redes sociales pidiendo ayuda al resto de Turquía y al mundo entero.
Pero el detalle, muy a la turca, es el siguiente. Como pulso al gobierno, el club ha movilizado a 40 abogados, todos ellos simpatizantes del Fenerbahçe, para que asesoren a sus huestes en la defensa de sus derechos como hinchas. La medida ha contado con el plácet del presidente de la entidad, Ali Koç (tercera generación de la considerada como la familia más potentada de Turquía). El Fenerbahçe es el Fenerbahçe, entre otras cosas porque es el equipo con más seguidores en el país. Es el mismo club que, pese a su europeizante sello, prodiga campañas de circuncisiones cuando los socios renuevan el abono de los hijos. En este sentido el Fenerbahçe es una doble religión.
Resulta ser también el club a través del cual, hablando de nuevo en clave de leguleyos, un abogado e hincha denunció en su día al Inter de Milán en un partido de Champions por rendir visita en Estambul con una gran cruz de color rojo en su camiseta, alusiva a San Jorge (símbolo de la capital milanesa). El picapleitos entendió su uso como una provocación al comparar dicha cruz con el icono cristiano de la Primera Cruzada sobre Jerusalén (1099). ¿No es fascinante el asunto? Sólo tal vez el fútbol griego se prodiga en estrambotes parecidos.
El Sükrü Saraçoglu, con su colosal rugido, es pródigo en broncas y episodios en clave de lo dicho: sección Sucesos. El pasado verano, en una ronda previa de Champions, el Fenerbahçe se enfrentó al Dinamo de Kiev. La guerra de Ucrania se hallaba por supuesto en pleno desarrollo. De repente, los aficionados corearon el nombre de Putin y entonaron cánticos prorrusos. El bochorno tuvo lugar tras la expulsión de un mediocentro del Fenerbahçe por doble amarilla y, casi acto seguido, por la celebración de un gol por parte de un jugador del Dinamo que la prensa turca juzgó como excesiva.
Ante el escándalo a nivel de CNN y tras la investigación del correspondiente inspector de Ética y Disciplina, el máximo órgano de Apelación impuso al Fenerbahçe una multa de 50.000 euros y el cierre parcial de una parte del estadio. La imagen internacional de Turquía, tan implicada en la mediación del conflicto (sobre todo con el acuerdo para que los buques de grano ucraniano pudieran surcar el Bósforo y los Dardanelos), quedó socavada. El presidente Erdogan, seguidor del Fenerbahçe, tuvo que torcer el bigote como otras tantas veces (por ejemplo, cuando el club de su corazón estuvo excluido hace unos años de jugar competiciones europeas por amaños de partidos).
Más de una vez (sin contar las hazañas atribuidas a hinchas de Besiktas y Galatasaray), el Sükrü Saraçoglu ha estado cerrado total o parcialmente por culpa de la reprochable actitud de sus aficionados. Pero, como decía, lo desagradable se torna a veces en nota divertida o estrambótica. Se dio el caso de que, para castigar a la hinchada cafre y varonil, la dirigencia del club y la autoridad competente permitieron el acceso a los partidos del Fenerbahçe sólo a mujeres y niños. Ver lo insólito de unas gradas repletas de féminas y benjamines inspiró un pasaje de la impactante película ‘Mustang’ (sobre los matrimonios concertados en Turquía), aunque el club que aparece tímidamente en la cinta no es el Fenerbahçe, sino el Trabzonspor, el equipo del Mar Negro del que es hincha fervorosa una de las niñas protagonistas (el Trabzonspor, por cierto, fue el último y apoteósico campeón de la Superliga en 2022: su lisérgica celebración puede verse por internet).
Otro ardoroso capítulo en la historia del Fenerbahçe tiene que ver con la ‘tradición’ que acarrean los grandes berrinches en el fútbol turco. En 2011 los aficionados prendieron fuego a sus propios graderíos del Sükrü Saraçoglu al conocer que no habían ganado el título de liga por equivocación del ‘speaker’ del estadio: el Bursaspor fue el campeón. La ‘tradición’ ya había prendido, nunca mejor dicho, entre los seguidores del Eskisehirspor, quienes quemaron su estadio cuando el equipo descendió a segunda. La última noticia en clave ‘tradicional’ que nos ha llegado ha sido muy recientemente por parte de los ultras del Trabzonspor, desplazados a Suiza en la última eliminatoria de Conference League contra el Basilea (protestaron con fuerte algarada y quemando el estadio ante la decisión arbitral –Mateu Lahoz– de anular un gol a los turcos).
Está previsto que lleguen a Sevilla las indómitas criaturas del Fenerbahçe en número aproximado de 3.000 gargantas (para viajar internacionalmente el gobierno turco no les ha impuesto restricciones). Ha dicho su entrenador, el portugués Jorge Jesús, que el Sevilla FC es “el Real Madrid de la Europa League” por sus seis entorchados conseguidos. No ha añadido que este Sevilla de hoy y de ahora, judicialización aparte, es el cuarto por la cola en la liga española y habrá de vérselas el domingo en un partido agónico contra el Almería (a la sazón el tercero por la cola también). El Fenerbahçe tiene claro su propósito de intentar ganar la eliminatoria, mientras que el supuesto “Real Madrid” sevillano, asomado al abismo, se debate sobre si tomarse el envite como un amistoso de terciopelo o como una oportunidad de redención. Sea como sea, la invasión turca se hará notar con sus peculiares cantos y coreografías.
Quien no haya asistido a un partido de máxima enjundia en Turquía, igual que quien no haya contemplado alguna manifestación callejera al turco modo, no sabe lo que es un rugido en clave gutural. Estremece. Nada de un trinar melifluo y encantador, como debiera deducirse precisamente de la mascota del Fenerbahçe, que es un canario (razón por la que el equipo es conocido también por el nombre de los canarios).
Pese al luto que han causado en el país los terribles seísmos de febrero (insólitamente se han visto en los campos a hinchas hermanados con camisetas de distintos equipos), este año Turquía, culturalmente musulmana, celebrará de forma festiva su primer siglo como República moderna y laica (por ahora). Fue instaurada por Mustafa Kemal Atatürk en 1923. Es usual ver en las banderas del Fenerbahçe el rostro estampado del padre de la patria, tocado con su ‘kalpak’, su peculiar gorro astracanado. Al parecer, Atatürk habría confesado su simpatía por el club cuyo escudo luce una hoja verde de roble, que remite a los valores de resistencia, poder y fuerza. De ahí que el Fenerbahçe Spor Külübü –tal es su nombre completo– presuma de ser el equipo por antonomasia de la república (ellos se autodenominan como República de Fenerbahçe).
Lejos, pues, quedaba ya la prohibición del sultán otomano Abdülhamit II de que el futbol, pernicioso juego inventado por los ingleses, fuera practicado por la juventud turca (aunque nacido en 1907, el Fenerbahçe vivió proscrito en sus inicios). En Nervión habrá pues un trozo prestado del Sükrü Saraçoglu, el estadio que desde el mismo año 1907, con las pertinentes remodelaciones, siempre ha estado ubicado junto al simbólico faro de Fener, en la costa del Mármara.
Y, para terminar, la memoria procede ahora a quitarse los rulos. Por el Sánchez-Pizjuán aún se recuerda la tanda de penaltis y la máxima pena errada por el hoy encarcelado Dani Alves. Fue ante el Fenerbahçe, en una pobre ronda de octavos de Champions (marzo de 2007), donde el Sevilla de Manolo Jiménez quedó apeado. Fallaron también Escudé y Maresca ante el portero turco, cuyo nombre atendía a… ¡Volkan Demirel! No erró su tiro por el Fenerbahçe Marco Aurélio Brito dos Prazeres, quien ya se hacía llamar Mehmet Aurélio, antes de fichar por el Betis, y toda vez nacionalizado turco por amor al país del que Erdogan, hoy presidente, ya era primer ministro. Mehmet Aurélio jugó también en el Trabzonspor, el Besiktas y en la selección nacional turca.
El partido de Europa League entre sevillistas aterrados y canarios estambulíes ha sido declarado de alto riesgo por el Comité Antiviolencia. No he podido saber si el parque de bomberos bajo el puente de San Bernardo se hallará en estado de máxima alerta. La ‘tradición’ de los cerillos, ya se sabe.
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