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Apología del tiro al blanco

Lucas Haurie
Lucas Haurie
16/01/2022

Rafael Alonso Martínez y los tres miembros del Comité de Segunda Instancia de la RFEF, amparados en toda la ciencia jurídica que le falta a este juntaletras, aplicaron el reglamento con rigor y en conciencia antes de decidir, el uno y luego los otros, que el Sevilla reanudase su octavo copero sin uno de sus jugadores principales, Joan Jordán, en observación por prescripción facultativa tras ser agredido el sábado. Nada que decir, porque la única alternativa al acatamiento de las normas es la arbitrariedad y el salvajismo. Debe señalarse, por lo demás, el extraño precedente que se sienta al permitir que un hecho tan reprobable como el bombardeo del terreno de juego proporcione un beneficio deportivo a los colores del energúmeno. El viernes, en Cornellá, juega el Betis contra el Espanyol. En la hipótesis de un (indeseado) peñascazo a Fekir, ¿se retomaría el partido al día siguiente sin el concurso del crack? Este mundillo del fútbol está poblado por gente muy rara y no es imposible que, entre los angelitos de las Brigadas Blanquiazules, habite un imbécil dispuesto a soportar las sanciones y la reprobación social que le lleguen con tal de contribuir a una victoria, siquiera inane, de sus amados “pericos”. ¿Qué mensaje han hecho llegar el letrado Alonso Martínez y demás egregios jurisconsultos a cuanto cafre vivaquea en las gradas de España? Que basta un poco de puntería para privar al adversario de herramientas con las que derrotar al propio equipo.

Sobre frases y navíos. Fue el contraalmirante Casto Méndez Núñez –esquina Plaza Nueva– quien acuñó aquello de “más vale honra sin barcos…”, una cita que viene el pelo en la semana tan sentenciosa, por lo naval y por lo imperial, que nos ha regalado Monchi. La Historia de España, como todas, es un camino glorioso jalonado de humillantes derrotas y es en ocasiones así, en las duras, cuando se percibe de qué madera están hechos los hombres. Se redactan estas líneas antes de la reanudación del partido para deplorar la incoherencia del Sevilla, que quiso los barcos y quiso la honra porque sostuvo –y aún sostiene– el relato que motivó la justísima suspensión del sábado pero consintió volver al Benito Villamarín a sabiendas de que era víctima de una resolución injusta. Por si acaso le daba por ganar, claro. La defensa de ciertas posiciones merece más firmeza y menos cálculo. Lo peor de este bochornoso derbi ha sido la escasa atención que se le ha prestado al agredido. Quedaron retratados al principio ciertos rivales y alguna prensa apestosamente partidista. Terminó haciéndolo el Sevilla.

Un club muy pequeñito. Ha armado el Betis un magnífico equipo de fútbol dirigido por un entrenador mejor todavía, he aquí un mérito del que nadie tiene derecho a privar a Ángel Haro y a quienes lo acompañan en sus tareas presidenciales. Un club, sin embargo, es mucho más que eso y ahí es donde el suyo todavía muestra carencias que señalan su pequeñez, su liliputiense insignificancia. La reacción de algunos futbolistas béticos a la suspensión del sábado fue, sencillamente, un asco. Y no tienen culpa, pobres, Borja Iglesias y compañía, a quienes el caletre les da para lo que les dé, da igual, porque su única obligación es jugar a la pelota lo mejor que sepan. Del resto, se deberían ocupar esos profesionales –en el sentido de que cobran un sueldo, puesto que su incompetencia es atroz– que desatendieron sus tareas en las horas decisivas del post-partido porque se estaban dedicando a encender los ánimos y a atizar la violencia. Cogieron por banda a los más primos y los calentaron para que quedasen como la chata con esos tuits de vergonzante estupidez, como redactados durante cogorza de anís en colegio mayor. ¿Qué dijeron los capitanes, Joaquín o Guardado o Canales? Nada. Ellos tienen luces suficientes (o los asesores adecuados) como para no dejarse manejar por el primer tonto que les pasa por el lado.