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Un derbi sin nombres propios

Lucas Haurie
Lucas Haurie
29/04/2024

Era pregonado en las vísperas como el derbi de Isco, que lo habría sido si no hubiese mediado el cabezazo colosal de Kike Salas nada más entrar, aunque seguro que los sevillistas lo habrían rebautizado (como aquel derbi del palo que aún se rumia como el derbi de Alfonso Pastor) como el derbi de Lukebakio, que falló un gol cantado y puso el brazo donde no había en las dos acciones decisivas de la primera parte. Jugaba el belga porque antes del cuarto de hora quedó claro que no iba a ser el derbi de Isaac, lesionado en el derbi de su debut.

Los sectores más hiperventilados de la hinchada, una y otra, lo recordarán siempre como el derbi de Sánchez Martínez, espléndido árbitro murciano con trazas de torero de posguerra (lo motejan Manolete) que dirigió con tono casero, sí, aunque se desdijo de un penalti señalizado a Badé que habría podido mantener perfectamente bajo la interpretación más rigorista del reglamento. Acertó al revocarlo, opina el firmante, y no pueden discutirse las dos decisiones conflictivas de la primera mitad, ambas al borde precipicio y las dos resueltas según reclamaban los béticos: amarilla anaranjada a Fornals y manita fronteriza de Lukebakio.

Este derbi fue también el derbi de los mediocentros o el derbi de los entrenadores. El divinizado Pellegrini apenas encontró respuestas al cambio de sistema con el que lo sorprendió el discutido Quique Flores e igual pudo ganar por número de ocasiones que perder si al Sevilla FC no se le malogra su mejor futbolista antes del cuarto de hora. La clave del asunto fue que en la sala de máquinas contó el local con una pareja de mucho prestigio por su alto rendimiento y cotización, Guido-Cardoso, mientras que remendó el visitante con Soumaré y Agoumé, dos chicos que alineó porque literalmente no tiene a otros.