Futbolistas en el lado oscuro

O tempora o goles

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
18/03/2024

Suelo asociar la malandanza de ciertos futbolistas a episodios ya clásicos, que se me vienen de inmediato a la cabeza. Pienso, por ejemplo, en la caída a la poza del alcohol de Paul Gascoigne (y pienso, a su vez, en esa especie de ‘biopic’ que sería que Gascoigne fuese el protagonista alcohólico -y no el gran Peter Mullan- de ‘Mi nombre es Joe’, la película de Kean Loach que muestra el Glasgow más profundo). Por supuesto, el auge y caída de Diego Armando Maradona a partir de Nápoles es un recurrente en cuanto a futbolistas y vidas rotas (véase el documental de Asif Kapadia).

El fútbol asociado a crónica de sucesos y criminalidad une ahora y pone en fila los nombres del brasileño Dani Alves, del neerlandés Quincy Promes y del exportero belga Gilbert Bodart. Hasta el más profano en asuntos balompédicos sabe ya que Dani Alves ha sido condenado a prisión (cuatro años y seis meses) por violación en diciembre de 2022 ocurrida en la discoteca Sutton de Barcelona. Santi Mina fue su mediático predecesor, aunque no tanto. De uno y de otro cuelga, hoy por hoy, la etiqueta nada amable que los define como violadores probados.

El caso del delincuente Quincy Promes, ex efímero del Sevilla FC, ya venía de lejos como futbolista y criminal en horas alternas. En 2020 fue detenido acusado de apuñalar a un primo suyo, como acabó confesando. A petición de la fiscalía neerlandesa, el ahora jugador del Spartak de Moscú acaba de ser detenido de nuevo en el aeropuerto de Dubái. Anteriormente, ya había sido condenado por traficar con 1.370 kilogramos de cocaína (seis años de cárcel). Pero, al parecer, pese a la condena Promes se sentía intocable, en parte por los tejemanejes de las instancias rusas. Un acuerdo de extradición entre Emiratos Árabes Unidos y Países Bajos llevará al inquieto chico a la trena.

Hemos conocido ahora también el intento de suicidio fallido del histórico portero belga Gilbert Bodard, de 61 años. Su fracasada vida no podía dar otro argumento al fracaso añadido de su propio suicidio. Se arrojó desde un puente a las aguas del río Mosa, de donde fue rescatado, tras haber dado pistas en Facebook de su decisión. Tras el fútbol, Bodart ha arrastrado una de esas vidas transcritas por el destino, la deshonra y la incuria propia. Fue detenido en su día por violencia conyugal. Estuvo involucrado en un caso de amenazas a un promotor inmobiliario. Desde hace tiempo se conocía su adicción al juego y saltaron a la palestra las acusaciones por robo, falsificación y amenazas (entre ellas las sufridas por Eric Gerets, mítico defensa barbado de los 80, eslabón del PSV Eindhoven y de la selección de Bélgica, quien había iniciado una relación con una exnovia de Bodard). Su historia forma parte del canon del futbolista retirado y echado a perder de forma calamitosa. Da pena y causa morbo a partes iguales.

Los nombres de Dani Alves, Quincy Promes y el infortunado Bodard son el último glosario de futbolistas vinculados al lado oscuro de la vida. El tiempo nos ha hecho olvidar algunos otros casos que en su día saltaron a los medios. Pero si le damos proteína a la memoria recordaremos algunos otros casos de jugadores señalados por la malandanza. Entre españoles, uno de ellos fue el indomable asturiano Juanele, otrora internacional con España y emblema de la cantera de Mareo del Sporting de Gijón. En su día fue a prisión por agresión y por quebrantar una orden de alejamiento de su expareja. El Atlético Madrid de Jesús Gil y Gil lo asociamos directamente con la corrupción inmobiliaria marbellí y, entre otros, con los nombres de José María del Nido Benavente (huelgan comentarios) y del futbolista Tomás Reñones, histórico del Atlético y condenado en el célebre ‘Caso Malaya’, tan unido a la prensa rosa de otrora.

El álbum de futbolistas convictos, en edición especial para coleccionistas, nos llevaría a repasar los cromos de jugadores por completo olvidados. Uno de ellos fue Tony Vairelles, jugador francés de origen gitano del Olympique de Lyon, Girondins, Lens y Anderlecht. Fue enviado a prisión por intento de asesinato en un tiroteo salvaje a la salida de una discoteca de Nancy. Los colombianos Fredy Rincón o el sin par exportero René Higuita sí los recordamos mejor por su vínculo entre el fútbol y el tráfico de polvos de talco, tradición vinculada a la Colombia del pastor y señor Pablo Escobar… Pero servidor al menos, en cuanto a tráfico de drogas, sí había olvidado por completo el caso del portero mexicano Omar ‘Gato’ Ortiz, vinculado al llamado Cártel del Golfo, y quien fuera a prisión por participar en varios secuestros.

Cercano en el tiempo, el jugador del Villarreal Rubén Semedo fue detenido y enviado a la trena de Picassent en 2018 por tentativa de homicidio, robo y tenencia ilícita de armas (el nombre de Picassent es un clásico de entre el nomenclátor penitenciario español). La pena, cinco años a la sombra, fue suspendida a cambio de la expulsión de España por ocho años. Con algún que otro vaivén agresivo, Semedo pudo reciclarse luego deportivamente en el Olympiakos, convirtiéndose en uno de sus puntales. Todos estos casos (y habrá alguno que hayamos olvidado), desmontan la imagen más o menos estable y hasta envidiable de los futbolistas que dejan el fútbol con sus vidas hipotéticamente resueltas. No dejo de pensar estos días especialmente en el suicida fracasado, Gilbert Bodart.