Elogio de la Conference (o el trío Unai, Monchi y Mendilibar)

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
23/04/2024

Cierto periodismo deportivo suele desdeñar la Conference League por considerarla de interés ni siquiera terciario. No saben lo que se pierden, amigos. Movistar Plus no me patrocina este artículo ni recibo sinecura alguna (aún guardo la esperanza, no crean). Pero nada hay más estimulante y entretenido que atender al pudín de partidos de Europa League y de Conference que ofrece su canal simultáneo de Multifútbol en la noche de los jueves europeos. Uno viaja por entre partidos, países y estadios diversos. Sólo se ofrecen los orgasmos (esto es, los goles), las jugadas de peligro y los penaltis que se pitan y luego, a veces, se revisan y anulan tras agónicos y arenosos minutos de tensión. Los comentaristas amenizan nuestro gozo con su estilo cafetero pero instruido al mismo tiempo. A menudo nos dan pinceladas sociológicas e históricas de algún que otro equipo. Es el no va más para quienes nos encanta ver el fútbol como geoestrategia de mapas y fronteras. Esto es la Conference y en parte la Europa League, sobre todo al principio, cuando se junta todo el batiburrillo de equipos, muchos de ellos deliciosamente peregrinos.

La Fiorentina se enfrentará en semifinales de Conference al Brujas belga. La Fiore eliminó al Viktoria Pilsen checo. Ni que decir tiene que uno iba con la Fiorentina en razón de su precioso atuendo ‘viola’, escogido un día de 1926 por el mecenas del arte Luigi Ridelfi Vay de Verrazzano (un nombre y un patronímico que es en sí mismo otra obra de arte en la ciudad del síndrome de Stendhal). El Brujas dejó fuera al PAOK de Salónica en su férvido y tumultuoso estadio Tumba, que en castellano, paradójicamente, remite a la muerte pese a la algarabía incendiaria que suele registrar este recinto y fortín de la Macedonia griega. Recuerdo una de las celebraciones más divertidas en el estadio Tumba por parte de Quico Narváez. Marcó un gol con el Atlético de Madrid y, acto seguido, lo celebró tumbándose en la hierba en postura de muerto, cual finado tras su mampara en el clásico tanatorio madrileño de la M-30.

A las tandas de penaltis llegaron el Aston Villa y el Lille francés. Se clasificó el equipo villano (el primero en Inglaterra que lució estos colores en su clásica camiseta color vino con mangas celestes). Eso sí, tuvimos que soportar la teatrería y las provocadoras memeces del portero argentino Dibu Martínez. Tiene la edad de Cristo, 33 años, pero su edad mental es otra muy inferior. De añadido, supimos todos por qué a un portero –ni tampoco a ningún jugador ni miembro del cuerpo técnico– no se le puede expulsar en una tanda de penaltis aunque cuente previamente con una tarjeta amarilla (véase la Regla Nº10 de la International Board, la IFAB). Todos los días aprende uno algo, aunque se por culpa de los inventos del detestable fútbol moderno.

Respecto al parte de guerra grecoturco (la rivalidad política moderna entre Grecia y Turquía daría para un centón de páginas), el Olympiakos eliminó igualmente en los penaltis al equipo turco que aquí hemos definido como el club de los sucesos: el Fenerbahçe. Del rugido del estadio Tumba pasábamos a la caldera acústica del Sükrü Saraçoglu en la parte asiática de Estambul. Y, en pleno éxtasis, veía uno simultáneamente la tanda de penaltis entre el Olympique de Marsella y el Benfica en Europa League (se clasificó el Marsella aumentando así el malditismo portugués), y la ruleta de penaltis de Conference entre griegos y turcos, que convirtió en héroe y digno hijo de Pericles al portero griego Konstantinos Tzolakis.

Cierto es que las semifinales se jugarán la próxima semana y que hay otros alicientes en el camino (el derbi sevillano). Pero servidor cuenta ya los días para viajar a Atenas desde el mullido sofá en la final de la Conference. Se disputará en el estadio Agia Sofía, de bizantinas resonancias, en el barrio de Nea Filadelfia en Atenas, donde disputa sus partidos, precisamente, un enemigo y vecino del Olympiakos: el AEK de Atenas. La alineación de los astros y las veleidades de la diosa Fortuna han propiciado este curioso y nostálgico trípode que el seguidor sevillista ya conoce sobradamente. El Aston Villa de Unai Emery y Monchi se medirán al Olympiakos de José Luis Mendilibar. Ahora que para el equipo de Nervión empiezan a sonar nombres inquietantes como posibles candidatos a la silla eléctrica (dícese banquillo) de la temporada que viene, Unai Emery y Mendilibar remiten a la fábrica de la felicidad en la que durante tantos años solía convertirse el Sevilla FC con sus triunfos europeos. Aflora el nombre de Maresca y se airea, entre otros, el de Raúl, lo que trae aún más pasmo que melancolía al sevillista desacostumbrado a esta primavera no se sabe si hostil o desganada.

El síndrome de Stendhal (Fiorentina) contra otra de las llamadas Venecias del Norte (Brujas). Los atenienses de Pericles (Olympiakos) contra la ciudad de la banda Electric Light Orchestra a la que le debo mis primeros contoneos como adolescente granujiento y pazguato (Aston Villa de Birmingham). No me digan que no es para titular la presente pieza con el citado elogio del principio. Sí, lo sé. Pueden llamarme raro si quieren.