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La valentía de un sevillista ejemplar

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
13/01/2017

Aunque él es más del flamenquito, Sergio Ramos podría arrancarse por Brassens en su próxima e inminente visita al Sánchez Pizjuán. “No hace falta ser Jeremías / para adivinar la suerte que me espera / si encuentran una cuerda a su gusto / me la echarán al cuello”. La masa indocta es así. El mejor futbolista que jamás ha vestido la camiseta del Sevilla, anécdota maradoniana al margen, es un heterodoxo en estos tristes tiempos de corrección política y se niega a adular a la muchedumbre. En concreto, Ramos realiza una valiente, además de atinada, distinción entre la afición sevillista y el asqueroso gang que avergüenza a la institución con su incorregible pulsión violenta y que, de propina, la empobrece debido a las onerosas multas que se pagan a causa de su barbarie. A un rival, máxime si juega nada menos con la camiseta del Real Madrid, se le puede (¡¡se le debe!!) silbar. Forma parte de un juego que perdería todo el sentido si lo despojásemos de las pasiones que acarrea, incluidas las bajas. Pero, ¿por qué debería soportar esa permanente cascada de insultos? Él solo ha demostrado, con hechos, más amor al club del que cualquier cafre vociferante sería capaz de producir así viviese tres siglos. El mejor futbolista que jamás ha vestido la camiseta del Sevilla, o sea, se ha atrevido a plantar cara a los macarras. Como lo hizo una buena parte de la grada del Sánchez Pizjuán durante el partido contra la Juventus que siguió a la enésima barrabasada de esos delincuentes emboscados en la (falaz) defensa de unos colores. Sería conveniente que el presidente Castro, que alcanzó un alto cénit de nobleza en el homenaje a Sergio Ramos, siguiese ese ejemplo.


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