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Tócala otra vez, Adán

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
13/09/2017

La mayor virtud del entrenador Quique Setién, que en la vida civil posee una personalidad poliédrica e interesantísima a decir de cuantos lo conocen, es su insobornable sinceridad. Al inquilino del banquillo del Betis, puesto en la diana de manera inmisericorde por la Hermandad del Santo Pesebre (Saving Private Serra) tras el mal partido de su equipo en Barcelona, se le podrán reprochar muchas cosas, pero nunca que haya engañado a nadie acerca de su idea futbolística. Por lo que sea, que un lego como el firmante no alcanza a entender, el hombre cree que arriesgar el balón con su magreo cerca de la propia portería proporciona beneficios; y ordena a sus hombres que lo practiquen pese al resultado que ello dio en Villarreal. Que nadie espere lo contrario: parafraseará el guion apócrifo (Ingrid -Ilsa- Bergman pide al pianista simplemente que toque la canción, “once” en la versión original) de Casablanca reproducirá la frase que titula este artículo: “Tócala otra vez, Adán”.

Setién se muestra, sin embargo, poco certero en la argumentación cuando defiende que el gol que adelantó al Betis el domingo llegó como consecuencia de ese empeño suyo de dar pasecitos a setenta metros de la portería del rival. Uno de los errores más extendidas del pensamiento lógico se resume en el (falaz) aforismo “post hoc ergo propter hoc”, que el ilustrado entrenador aplica aquí sin asomo de rubor. Es decir: como Sergio León marcó después de varios toques en campo propio, resulta que marcó a causa de esos toques en campo propio. Y no es así, porque el gol (¡¡el golazo!!) llegó gracias a la puesta en práctica del manual del fútbol directo: cambio de orientación estratosférico de Feddal, balón al hueco de Barragán y centro milimétrico de Joaquín. Viajó el balón más de cien metros en tres toques vertiginosos que lo hicieron cruzar varias veces el campo. Puro estilo Simeone, ¿para qué hace falta más?

El Negro Enrique fue el último argentino que tocó el balón antes de que Maradona hiciese aquella barbaridad de gol contra Inglaterra en México 86. Se lo entregó al astro con un toque intrascendente y corto cerca del círculo central. “Con el pase que le di, si no marca es para matarlo”. Una broma que desnuda el mendaz principio “post hoc ergo propter hoc”.


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