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Pidan perdón a Nzonzi

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
17/12/2017

La primera medida urgente para atajar la crisis deportiva del Sevilla, que parece ser más profunda de lo que sus honorables números dictan, es organizar una procesión de desagravio a casa de Nzonzi, con Berizzo portando una ofrenda votiva y la docena de argentinos en nómina, entre futbolistas y técnicos, escoltando a su compatriota Pizarro, reo vestido con una saya de esparto, tocado con un sambenito y el rostro cubierto de ceniza en señal de penitencia. Las elecciones nacionalistas de los entrenadores sevillistas en las dos últimas temporadas componen una suerte de cuadro neocolonial inverso en el que el estrambote no ha sido la pésima gestión del conflicto con el mediocentro francés (que, por cierto, es para echarle de comer aparte; y su papá, todavía peor), sino un detalle agosteño que debió encender las alarmas: Correa y Montoya (¡¡¡Montoya!!!) de titulares en el trascendental partido de Estambul mientras Nolito y Navas esperaban en el banquillo.

De modo que aquí Ganso siempre tiene la culpa de la que escapa Franco Vázquez (que, como dice Paco Cepeda, allí será Mudo pero aquí debería ser más bien Lacio), Vietto era preferido a Ben Yedder, Mercado, un central lento, es inamovible en el lateral diestro desde hace dieciocho meses, a Pareja le ponen una camiseta de titular en cuanto suelta las muletas, al siniestro Kranevitter le concedían minutos de peso y del fabuloso Benega, que es un jugadorazo, nadie recuerda cuánto cobra ni qué responsabilidad tiene en los malos partidos del equipo, que alguna tendrá porque se lo supone el faro pero no alumbra mucho que digamos. En 2002, unos meses después del pavoroso corralito decretado por Domingo Cavallo, ministro de Economía del gabinete De la Rúa, realicé el primero de mis numerosos viajes a Argentina, país que amo y admiro. Funcionaba el comercio pese a que los márgenes de los esforzados empresarios eran mínimos, incluso negativos. “¿Por qué siguen abiertos?”, pregunté a varios de ellos. La respuesta era unánime: “Por patriotismo”.

Los argentinos no son mejores ni peores que ningún colectivo nacional pero sus señas de identidad colectiva existen, eso que llamamos la idiosincrasia de los puebles. Entre paisanos, tienden a ayudarse, sobre todo cuando se encuentran lejos del solar patrio. Semejante solidaridad patriótica está muy bien… hasta que choca con intereses superiores como los de un club de fútbol que contribuye generosamente a la remesa de divisas de la gran república austral. Del Nido, que es muy zorruno, aludió en la junta general de accionistas aviesamente al “principio de autoridad”. Puede que no le falte razón en algún punto y estos boludos le estén comiendo al Sevilla la merienda: el panqueque con dulce de leche, concretamente.


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