muchodeporte.com : Lucas Haurie

Una bonita pelea a muerte en un callejón oscuro

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
07/05/2018

De las yemas de los dedos de FM, procedentes de su sesera privilegiada e insobornable, brotan hoy algunas de las palabras más trascendentes que se dicen en España: trascendentes de verdad, que significa que son determinantes en algunos de los asuntos más graves que conciernen a la Nación y al Estado, es decir, al conjunto de los ciudadanos y a las instituciones que los defienden. FM forma ahora parte de la autoridad, pero él siempre FUE una autoridad, ya que prefiere el silencio a la emisión de una opinión que no esté sustentada por el vasto conocimiento de la materia a la que se refiere. Y vio, como siempre que sus obligaciones se lo permiten, el Sevilla-Real Sociedad: “He rejuvenecido quince años. Qué divertido”.

En un sector del sevillismo que empieza a ser añejo, por causa del calendario, surtió el (re) debut de Joaquín Caparrós un efecto entusiástico. Trece años hacía que se había marchado el utrerano para dar paso a un “jour de gloire” sin fin… hasta que tuvo que regresar para devolverle a su público, que como ocurre con las folklóricas “tanto-me-quiere”, el gusto por ese fútbol tremendista y un pelín canalla gracias al cual el equipo saboreó el gusto de la victoria después de diez partidos de acíbar. Una amiga de FM, porque las buenas amistades trascienden a las trincheras políticas, me escribía nada más terminar el partido: “Marcador rácano, equipo rijoso, tangana al final… Cuánto me gusta Caparrós”.

Nadie en su sano juicio prefiere vivir los partidos dantescos que receta el nuevo/viejo entrenador del Sevilla a esas sinfonías de movimientos precisos y sincronizados que, bajo distintos estilos, se han disfrutado en el Sánchez Pizjuán en años recientes. Sin embargo, en ninguna parte está escrito que el fútbol sea lugar para personas juiciosas. Hay cierto regocijo, tampoco queda otro remedio visto el estado ruinoso del plantel, entre los sevillistas (entre muchos sevillistas, al menos) por la vuelta al barro, como si fuera ese boxeador harto de ganar en el Madison Square Garden que añora las peleas del callejón, carnicerías viles sin más regla que aguzar el instinto de supervivencia.

Estuvo bonito levantar aquellos “oooooh” admirados de los cursis que afirman no ser de ningún equipo “porque lo que me gusta por encima de todo es el fútbol”. De acuerdo, pero también molan las muecas de desagrado de estos memos cuando un central macarra revolea al incauto que le ha querido hacer una cachita (uy, perdón, que ahora se dice “tirar un caño”). Pero el estilo Caparrós, al contrario de lo que él a veces transmite con sus siempre meditadas declaraciones, no se sustenta en la evacuación torrencial de testosterona. No solamente. Joaquín, que tiene estudios de mercadotecnia, vende un discurso cuartelero tras el que se esconde un minucioso trabajo táctico y un empleo vanguardista de las últimas técnicas en psicología grupal. Es un director de orquesta que hace sonar a cada instrumento exactamente como él quiere que suene, incluidos los aficionados (los suyos y los del rival) y los medios de comunicación. ¿O alguien piensa que es posible dirigir 500 partidos en Primera sólo dando patadas y haciendo aspavientos?   


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