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Baloncesto Sevilla: liquidación inminente y responsabilidad dispersa

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
12/01/2015

“Noticia es algo que alguien quiere que no se publique. Todo lo demás es publicidad”.

Juicios morales que merezca el personaje aparte, William Randolph Hearst es el padre del periodismo moderno y definió su oficio con la cita que encabeza este artículo. Es pertinente recordarlo justo en la semana en la que han fallecido diecisiete personas en París precisamente por ejercer el periodismo, es decir, por publicar algo que incomodaba a alguien con poder. En Occidente, esta profesión malvive bajo la autocensura, que es la peor de las mordazas y es justo la que jamás se impusieron los mártires de “Charlie Hedbo”; ni se impondrán, puesto que ya preparan los supervivientes una edición con una portada rompedora: “Urgente: necesitamos a seis dibujantes”. El chiste-editorial muestra a San Pedro con las llaves del cielo entre nubes decoradas con mil dibujos de órganos sexuales masculinos: “Acaban de llegar y ya han llenado esto de pollas”, se lamenta en santo. Puede que el símbolo nacional de Francia sea el gallo porque se empeña en cantar aunque tenga las patas enterradas en mierda. Quién sabe.

Aquí, en nuestra dimensión liliputiense, hablamos de las mismas cosas: autocensura, presiones del poder e imperativo moral de publicar noticias, es decir, de publicar lo que alguien quiere que no se publique. O, más frecuentemente, de la renuncia a la libertad que como profesional (¡¡como individuo!!) hacemos quienes nos plegamos alguna vez a la muelle tentación del silencio, es decir, todos. Todos significa todos, aunque abunden quienes son tan estúpidos como para proclamarse inmune a este virus. “Mi vien che ridere”, como escribiría Ruggero Leoncavallo, es un embuste tan ridículo como el que diría alguien que asegurase ser inmune a las caries sin haber usado en su vida el cepillo de dientes. Sin excepción, lo hacemos por cobardía; y casi siempre, sin necesitar siquiera que la amenaza se haga patente.

En la España de hoy, La Caixa es una de las encarnaciones indiscutibles del poder financiero. Y, mediante una burda operación que ni siquiera se molestó en maquillar, La Caixa decidió la liquidación del Club Baloncesto Sevilla a través de unos golfantes interpuestos. A los que ha pagado para sean ellos, y no La Caixa, quienes aparezcan en la foto echando el cierre. Los motivos por los que La Caixa decidió que el CB Sevilla debía dejar de existir son legítimos y me atrevería a decir que hasta comprensibles. Pero ésa es discusión para otro día: aquí, hoy, cuando todavía no han sido enterrados los mártires de “Charlie Hedbo” que fueron asesinados por negarse a la bellaca práctica de la autocensura, la cuestión es que La Caixa no quiere que La Caixa aparezca relacionada con la muerte inducida del CB Sevilla. Y como Muchodeporte no le debe un céntimo a La Caixa ni recibe dinero de La Caixa, podemos contar lo que muchos medios no cuentan por no incomodar a un acreedor o, en el mejor de los casos, a un anunciante. No porque seamos más valientes, o puede que sí, sino porque somos más pequeños. Pero que no se preocupen en La Caixa: el baloncesto en Sevilla importa poco y La Caixa importa mucho, singularmente a medios de comunicación e instituciones políticas. No pagarán pues un alto precio (ni bajo) por el “cajicidio”. ¿Y el papelito de Antonio Pulido en esa casa de la limosna llamada Fundación Cajasol?

Posdata indigna: A cambio de un banner de La Caixa, procedemos a echarle la culpa a Galilea, a Roth, al actor que han contratado para ejercer de dueño, al presidente decorativo o a quien la La Caixa diga que debe comerse públicamente el marrón.

Coda: Al retrasado mental que, relacionado con este asunto, alardea de lo fácil que es partirle la cara a un periodista, le digo que él y la puta de su madre pueden proceder a comerme todo el carajo.

 


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