La excepción al Principio de Hanlon
La tregua
Lucas Haurie 29/09/2022 |
Siempre he recelado de esa gente que, campanuda, presume de decir siempre la verdad. Primero, porque suele ser falso: la capacidad de pensar implica la capacidad de mentir y los maximalismos están reñidos con la condición humana. Y segundo, porque las pocas veces que la proclama es cierta, lo que encierra es una suerte de sociopatía. Hay que ser bastante descortés, y también un poco cafre, para decirle al vecino que su bebé es un adefesio o augurarle a un amigo la ruina de ese negocio que con tanta ilusión emprende. El mundo está plagado de niños feos y de harakiris financieros, vale, pero en nada lo mejoran los siesos que van por ahí soltándoselo al prójimo con su estúpido prurito de sinceridad a cuestas.
En el extremo opuesto, que tampoco es territorio saludable, está el pequeño universo futbolístico, donde el embuste está más que a la orden del día: está santificado. El engaño, a la contraparte negociadora o al árbitro, es virtud alabada en ese imperio de la hipocresía que son el césped y los palcos. De repente, claro, rechina que un futbolista diga una verdad tan evidente como la sucesión de las estaciones: “El otoño llega después del verano”, podría haber dicho Papu Gómez y habría sido menos Perogrullo que al declarar, con palabras apenas más suaves, que de aquí a primeros de noviembre va a meter la pierna Rita la Cantaora. Doble error: maleducado por proclamar una verdad incómoda y tonto con balcones a la calle por no taparse.
Sucede, no obstante, que justamente Papu Gómez no es uno de esos (abundantes) futbolistas cuyas palabras, por pura misericordia, conviene tomarse a título de inventario. Al contrario: la mayoría de sus declaraciones y sus actividades extradeportivas lo pintan como un tipo sagaz, generoso e inteligente. ¿Por qué, de repente, este “sincericidio”? Durante la pandemia, se popularizó el llamado Principio de Hanlon para disculpar algunas acciones de los gobernantes de la mayoría de los países: “No es atribuible a la maldad lo que se puede explicar por la estupidez”. Podemos estar, sin embargo, delante de una excepción a tan atinado aforismo.
Desde que el Sevilla de Julen Lopetegui empezó a flaquear, durante el primer tercio de este 2022, el ramillete de argentinos de su plantilla empezó a compaginar un rendimiento decreciente, hasta llegar al actual grado de funesto, con algunas actitudes extrañas. Se empezó a rumorear en los alrededores del vestuario algo acerca de un “clan del mate” mientras se hablaba del Muñeco Gallardo (¿?), sonaban campanas de Pochettino (hummm) y aparecía al fondo el nombre de Sampaoli (ojú). Ocampos pasó de ídolo a contumaz suplente con total merecimiento; cuando no está lesionado Acuña, es porque está a punto de lesionarse y el estrambote ha sido su reciente viaje a Estados Unidos para echarse unas risas con sus compañeros; a Montiel le costaría tener minutos en el filial; la calidad de Lamela, el menos malo de todos, se disfruta con cuentagotas cuando no se autoexpulsa. Y el Papu Gómez, en fin, volverá a finales de diciembre muy centrado en… seguir disfrutando de su plan de pensiones.
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