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La copa de Rakitic

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
02/06/2023

Sabemos desde Napoleón que la victoria “tiene cien padres y la derrota es huérfana”. No es exactamente así en el fútbol porque hemos presenciado esta temporada cómo muchos responsables se arrogaban en Nervión la responsabilidad de cuanto se estaba haciendo mal, pero vale. El caso es que terminó el curso con un, otro, éxito (los adjetivos irán a cargo del lector) del Sevilla y el catálogo de felicitaciones debe ser extensísimo. El virtualmente renovado José Luis Mendilibar, en primer lugar, y sus principales futbolistas: Ocampos, que volvió mejor que nunca, Acuña, demonio otoñal y ángel en primavera, el goleador En-Nesyri, líderes a través del ejemplo como Fernando, Dmitrovic o Gudelj, muchos otros… ¿para qué seguir?

Otros dos jugadores merecen mención aparte por su rendimiento sobrenatural: Yassine Bono y Jesús Navas acaparan elogios con toda lógica y justicia, tal vez más el primero porque sustentó con sus enormes manoplas los dos últimos títulos europeos del Sevilla o quizá más el segundo porque su menuda figura encarna por sí sola la inmensa historia que ha construido el club de Eindhoven a Budapest. Quédese cada cual con el ídolo que prefiera, pues ídolos inmarcesibles son ambos, y añadan al santoral –si excusan la blasfemia– a Monchi, por supuesto, al presidente español con mejor palmarés que contemplarán muchas generaciones, excluidos los de Real Madrid y Barcelona, Pepe Castro, y a la dirigencia que lo acompaña, sobre todo su vicepresidente primero, José María del Nido Carrasco, para quien un terrible quebranto personal no menoscaba su trabajo en interés de la institución.

Todos estos nombres, hoy en la cúspide de la fama, palidecen sin embargo ante el carisma de Ivan Rakitic. Sobre el crack croata, a despecho de un palmarés largo como la manga de un abrigo, se han hemos (no nos escondamos tras el verbo impersonal) dicho cosas tremendas: “acabado” fue de las más suaves. Sin levantar la voz ni perder la sonrisa, el centrocampista ha capeado sus meses de baja forma para terminar la temporada jugándolo todo y… ¡a qué nivel! En el césped del Puskas Arena ofreció un simposio, una sinfonía o, como dicen los cursis, una master class. Era su quincuagésimo partido del curso, a los 35 años, después de una campaña 21/22 en la que disputó 46 atado al mástil de la zozobrante nave de Lopetegui, de los pocos que resistió a la más tremenda tempestad de lesiones y otras desgracias de la historia del fútbol contemporáneo. Muchos le debíamos una disculpa pública. Aquí, humildemente, dejo la mía.


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