Ignoro si siguen de moda esos libros de autoayuda que hicieron furor en los noventa, sobre todo a raíz de la obra de Daniel Goleman “Inteligencia emocional”, un clásico que quizá debiera haberse regalado este año con cada carné del Sevilla. Básicamente, este antropólogo doctorado en Harvard aconseja al lector que desarrolla su capacidad de conocer las emociones, sí, pero las propias antes que las ajenas. Quizá, en el entorno del club (tanto en la grada como en los despachos del Sánchez-Pizjuán) abunden más de lo aconsejable quienes proyectan en su pasión futbolística cualquier circunstancia frustrante de su existencia diaria. Hay mucha gente ceniza y avinagrada por ahí.
Pese al deplorable partido que inauguró la Liga y a las señales de alarma que emite una planificación cachazuda –con una miríada de descartes por colocar envenenando cada noche los sueños del hincha–, usted leerá estas líneas con el Sevilla en el estribo del avión que lo llevará a Atenas a disputarle la Supercopa al Manchester City. ¿Es posible que del alegrón de Budapest y del bonito premio suplementario de otra final apenas si quedan los rescoldos? Uno entiende que el sevillista acérrimo desea perder de vista para siempre a Januzaj y a sus compinches e ilusionarse con tres o cuatros fichajes de nivel que palien las carencias evidentes de la plantilla. Bien, ¿qué pasaría si eso sucediera? En el mejor de los casos, que el año que viene por estas fechas hubiera una Champions en ciernes –van siete en nueve temporadas: a cualquier presidente español, excluido los tres grandes, lo nombran Papa de Roma si consigue la mitad–y, sería el despelote, más plata en las vitrinas. ¡Pero si justo así es como está ahora el Sevilla y anda todo el mundo cabreado!
Es posible que el sevillista, que tiene al bético como némesis y viceversa, rechace adoptar siquiera por un momento esa ‘joie de vivre’ que constituye la cualidad más sobresaliente de la afición del eterno rival. Si en Heliópolis canonizan al entrenador que va a disputar tres Europa Leagues consecutivas, tocará en Nervión escupir en la cuenca de los ojos de quienes han ganado cinco veces esa competición, sin ahorrar dicterios ni a la dirigencia ni a los entrenadores ni siquiera al adorado director deportivo. ¡Todos culpables! Del mismo modo, digámoslo por ser justos, en el Villamarín usan los más fanáticos el término “exigente” como descalificativo de los béticos más ambiciosos, por considerarse el inconformismo patrimonio exclusivo de los palanganas. Uno no sabe ya bien si forma parte del folklore local o es que esta gente ha conseguido convertir la cáscara amarga en una seña de identidad.
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