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Ficharon a un personaje en lugar de a un profesional

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
15/03/2017

Explotó el globo de Jorge Sampaoli. El entrenador fichado por el Sevilla para brillar en la primera competición europea ha resultado ser un completo bluf. La suerte le sonrió con un sorteo clemente, ante el Leicester, pero el técnico argentino fue incapaz de superar a un rival tosco y ayuno de talento. El plan para hacer bueno el feble 2-1 de la ida consistió en acumular defensores y confiar en la impericia de los ingleses, que recibieron encantados el obsequio de una primera mitad acomplejada y miserable. El rollo del amateurismo, del fútbol divertido y de la leche que mamaron todos resultó ser eso, un cuento de la Pampa. A la hora de la verdad, se ordenó un repliegue total para defender la escuálida renta de la ida y ni siquiera se advirtió a los jugadores cuáles eran las fortalezas del rival.

El cáncer inoculado en el banquillo del Sevilla, por no sé qué prurito paleto de sus responsables, amenaza con devorar las virtudes de un equipo que, pese a las constantes remodelaciones de cada verano, venía de ser tricampeón continental: el trabajo riguroso y el sacrificio de lo individual en el altar de lo colectivo. El Sevilla “dicen-que-nunca-se-rinde” se convirtió en el Sevilla de Sampaoli en maldita la hora. Cada victoria, por pequeña que fuese, de un club muy acostumbrado a ganar cosas muy grandes se saludó como la genialidad de un ungido que vino a encender la luz al reino de las tinieblas. La confianza se depositó más en el personaje que en el profesional y ahora resulta urgente rectificar ese criterio errabundo de la dupla Castro-Monchi. Un Sevilla ganador merece ir al mercado de los entrenadores a pelear con competidores de más nivel que el despistadísimo Granada que se disponía a fichar a Sampaoli en julio.

El de entrenador de élite es un oficio muy complejo, en el que ni siquiera el manejo minucioso de un millón de variables garantiza el éxito. La demente gestión de los penaltis durante toda la temporada (desde que en agosto Iborra falló en la segunda las supercopas perdidas) es un ejemplo muy significativo. Una docena de amigotes de Sampaoli pacen en el cuerpo técnico más sobredimensionado de la Liga pero ninguno de ellos ha tenido la simple idea de elaborar una lista con cinco lanzadores desde los once metros, que es lo que mi amigo Pablo hacía desde que dirigía a los juveniles del Ciudad Jardín, y ponerlos a ensayar un cuartito de hora a la semana. No, claro, es más ‘cool’ decir en las entrevistas glamurosas que al fútbol se juega con los sentimientos y que la obligación del entrenador es fomentar la creatividad espontánea de los artistas del balón. Y si a Rami, que no ha marcado una falta en su vida, le da por agarrar la pelota para mandar a la grada una potencial ocasión, pues quién es su jefe para impedírselo…

A la excelencia sólo se llega a través del trabajo y en este Sevilla, hay muy poco de eso; pero sobran la complacencia y la vagancia. Para rehabilitar a Nasri como se rehabilitó a Banega, conviene no permitirle visitas centros médicos rarunos durante las vacaciones y encima, como premio, alinearlo en el Bernabéu cuatro días después de su regreso. Así, el vivalavirgen se cree el rey del mambo y se autoexpulsa en el partido más decisivo del año por demostrar que la tiene más larga que el macarra de enfrente. Reprimir a la estrellita descarriada mediante un banquillazo es propio de facinerosos y es mejor ser derrotado que quebrar la lírica forzada (y posiblemente mendaz) del relato biográfico de Sampaoli, que es lo que le importa a Sampaoli por encima de la suerte que corra al Sevilla y sólo por debajo del próximo contrato que firme. ¡Vaya estafa!


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