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Escrache inexplicable, o no, a Dani Ceballos

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
19/02/2018

Terminando enero, se vivió en el Betis un episodio estupefaciente. Quique Setién, el hombre que defiende con entusiasmo a Nahuel pero sienta a Tello en cuanto tiene ocasión, se refería en términos harto elogiosos a un futbolista en nómina del club recién regresado de una cesión remota. ¿Quizá Rubén Castro, el máximo goleador de la historia bética? Quia. A ése lo despachó con una referencia nada elegante a su edad y nosequé historia sobre las obligaciones atléticas de los delanteros en el fútbol moderno. El alabado con profusión era un denominado Felipe Guréndez, o así, centrocampista del subcontinente hispanoamericano (tal vez uruguayo, a lo mejor peruano) llegado a cambio de unos buenos millones de euros y a quien este olvidadizo cronista no recuerda un solo segundo de su andadura en verdiblanco.

Cosas que pasan, pensé sin darle más importancia, antes de que un colega memorioso me recordase esa ominosa primavera de 2014, cuando el mismo entorno desde el que se fustigaba al entrenador del último ascenso (luego vendría otro, también con él) y del regreso a Europa, convertía a un tal Juanfran de Villamarín en la bandera del proyecto, por llamarlo de alguna manera, que naufragó hasta batir todas las plusmarcas negativas de la historia del Betis. Enfeudado en el poder desde ya va para un decenio, cómo pasa el tiempo, el referido entorno se ha arrogado la potestad de expedir carnés de buenos béticos sólo a quienes comulgan milimétricamente con una particular visión de la entidad que no incluye, ay, la intención de ambicionar algún logro deportivo de fuste. No es el caso del jugadorazo que nos ocupa.

“Chupa banquillo”, “comepipas” y “pesetero”. Con estas frases tan poco halagadoras fue recibido el mejor futbolista que ha dado la cantera bética desde Joaquín en el Benito Villamarín. Dani Ceballos, que dejó un pico este verano en las arcas béticas –un Boudebouz y medio, más o menos–, es un muchacho que antes de cumplir la veintena cargó sobre su espalda, en compañía de… ¡¡¡Rubén Castro!!!, a tres de las versiones más mediocres que ha padecido el bético en su sufridora vida: resucitó junto a Merino a la cadavérica banda del simpar Velázquez, el Mozart de los banquillos, abrillantó el opaco metisaca (de dinero) del sospechoso Maciá y alegró los pajarillos durante la tristona etapa liderada por ese triunvirato de egregios prohombres: “la canina” Poyet, “lord inglés” Torrecilla y “mapa de calor” Víctor.

¿Cuál es el pecado de Dani Ceballos? Ninguno, excepto no merecer los favores (vayusté-a-sabeporqué) del batallón de cuquis mediático-tuiteros que genera la opinión oficialista en el Betis; ése que está manejado por el cuqui en cap, López Aragonés, quien reporta directamente con don Haruel, el cuqui máximo. Y así se le monta un escrache a un estupendo futbolista criado en los escalafones inferiores. ¿Recuerdan su celebración en Lugo? El día que venga Petros a ver un partido al Villamarín, lo ponen de gambas hasta las manillas en Cambados antes de quitarle el nombre de Luis del Sol a la ciudad deportiva para colocarle el suyo. Sin novedad en Cuquilandia, o sea.


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