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Contra la rehabilitación copera del portero suplente

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
18/01/2019

Mediados los noventa, cuando uno apenas asomaba la gaita por el patio de la vieja facultad de Ciencias de la Información de la calle Gonzalo Bilbao, el magisterio de Francisco Correal, Paquiño, ya era incuestionable. Por algún motivo que no acierto a recordar –habremos de acudir a la autoridad de su memoria prodigiosa–, me veo sentado en una mesa a su vera e hipnotizado, cómo no, por esa metralleta que tiene en el lugar del aparato fonador. “No sé si es más triste ser editorialista o portero suplente, porque éste no juega nunca pero a aquél no lo lee nadie”. Hoy, la mitad de esa sentencia ha dejado de ser verdad.

Una de las respuestas pendientes de los historiadores del fútbol es determinar en qué momento exacto decidieron los técnicos, con el permiso de los dirigentes, suspender durante algunas semanas al año la jerarquía de los guardametas. Sería el vargasllosiano “cuándo-se-jodió-el-Perú” de nuestra Copa del Rey, ese torneo ante el que parecería que se cerniese riesgo de suspensión en el momento en el que un equipo alinease a su once más competente. Diego Simeone, posiblemente el mejor entrenador del mundo, ha tirado las dos últimas ediciones con su renuncia a usar a Oblak, su futbolista más desequilibrante. Machín y Setién disputarán la semana próxima los cuartos de final, ¿seguirán renunciando a Vaclik y a Pau López?

Los entrenadores del Sevilla y del Betis pueden tener en altísima estima, si así lo dicen no hay por qué dudar de ellos, a Juan Soriano y a Joel Robles… lo que no les impide tenerlos sentaditos a su lado en el banquillo respectivo en cada comparecencia importante de sus equipos. A cuatro partidos de una final, tan cerca de la gloria como ninguno de los dos técnicos se ha visto en toda su carrera, ¿qué los puede empujar a no poner a los titulares? No el cansancio, desde luego, pues nunca ha sido factor decisivo en el rendimiento de un cancerbero. Y si así fuera, tienen este fin semana, y el que viene también, la ocasión para darles un respiro en encuentros de menor trascendencia.

A menudo se pondera la Copa como “el camino más corto” para alcanzar un objetivo, una expresión arriesgada por cuanto esa brevedad se confunde a menudo con un carácter azaroso o aleatorio. Y nada más incierto. Por exiguo que sea el trayecto de la cama al baño, uno puede tropezar dolorosamente si no pone la atención debida o terminar evacuando en el fregadero si las brumas del duermevela le impiden recordar que esa noche ha tocado dormir en casa ajena. Frente a esos fatalistas que, con Rubén Blades, cantan aquello de “si naciste pa’ martillo del cielo te caen los clavos”, no es sensato pensar que el éxito copero sonríe a quien señalará el destino con su mano caprichosa, sino a quien más se haya preocupado por ganar ese puñado de partidos que conducen directamente a la felicidad.


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