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Cuando a Setién le hacen un Vázquez

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
06/02/2019

La edición más dura de la historia de la Segunda división fue la del curso 2000-01, cuando dos máquinas competitivas como el Sevilla de Caparrós y el Tenerife de Benítez (al año ganó la Liga con el Valencia y un lustro después era campeón de Europa con el Liverpool) ascendieron dejando para la tercera plaza una pugna de históricos entre el Betis y, nada menos, el Atlético de Madrid. Los colchoneros purgaron otro añito en el infierno porque, contra todo pronóstico, un visionario llamado Fernando Vázquez compuso una plantilla de imberbes que terminó celebrando en Jaén lo que a la misma hora se lloraba a orillas del Manzanares. El grandioso entrenador gallego era un hombre formado e insobornable, con el defecto quizá de poseer un carácter áspero que lo inhabilitaba para reír las gracias del “tontito sevillano”, el fenotipo predominante en la sociedad hispalense, al menos en su parte más visible. ¿Les va sonando la historia?

En un final de verano insufrible, Fernando Vázquez peleó contra una auténtica conjura de necios por preferir a chavales como Joaquín, Capi, Arzu o Rivas (nada, futbolistas de medio pelo…) contra el siempre apacentado sector de la prensa mamadora que, por seguidismo o amistad, reclamaba la titularidad para Torres Mestre, un lateral olvidable del que se silenciaron episodios como que escupió a la cara a su entrenador, o el poder para Faruk Hadzibegic, de notable pasado como futbolista pero técnico sin siquiera documentación en regla para ejercer en España. Lopera, siempre permeable a las campañas de esta carcunda infecta, terminó despidiendo al gallego (a quien ni siquiera le ahorraron aviesas referencias a un drama personal que afectaba a su hijo) y menos mal que don Luis del Sol estaba al quite para impedir que Hadzibegic y sus corifeos agarrasen el timón. Impidió la leyenda, en buena hora, que el bosnio contratase al Lobo Carrasco, su excompañero en el Sochaux. Sumó entonces “Sette Pulmoni” a su autoridad el saber técnico de Paco Chaparro para rematar el ascenso que había enjaretado Vázquez, que quedó en la historia como el conformador del grupo con el que, tras las benéficas aportaciones de Juande Ramos y Víctor Fernández, Serra Ferrer realizó la formidable campaña de la primavera de 2005.

Quique Setién, también brillante entrenador y también norteño poco proclive a la alharaca barroca con la que los meridionales emboscamos nuestra asquerosa hipocresía, se encuentra casi dos decenios después en idéntica tesitura que Fernando Vázquez. Los Fabián –el dinero que ha dejado–, Júnior o Loren componen la quinta criada en Los Bermejales sobre la que habrá de asentarse un futuro venturoso y de nuevo sufre la hostilidad de un sector del club que produce toneladas de basura para que sus terminales mediáticas se la tiren encima. Igual que en 2001, el presidente (es Don Haruel para lo malo pero también para lo bueno, que mucho bueno tuvo el mejor dirigente de la historia del Betis) es su sostén más firme, aunque no cabe esperar inmolaciones más allá del deber, claro, y en cualquier momento llegará la concatenación de cuatro resultados malos que lo hagan claudicar en su defensa.

Los paralelismos son asombrosos, incluso con los mismos comepollas haciendo idénticas reconvenciones a quienes tengan el feo vicio de pensar por sí mismos. Muy buena la campaña invernal de fichajes, sí señor.

 


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