muchodeporte.com : Lucas Haurie

Liga robada al Corteva Cocos

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
02/05/2020

Alboreaba el siglo cuando una directiva novata del Ciencias Club de Rugby llamó a Carlos Neyra para reconstruir un club podrido por el dinero. Seguro que había en el mercado –en el exiguo mercado al que la modesta economía permitía acceder– mejores entrenadores que él, pero nadie era más adecuado para dotar al club de ese espíritu de pertenencia sin el cual es imposible prosperar en la brumosa tierra de nadie que separa al amateurismo del deporte profesional. Emblema del Alumni, venerable institución de la URBA, había participado en varias giras con los Pumas que lideraba Hugo Porta, el más fabuloso diez de la historia hasta la eclosión de Johnny Wilkinson, y honró su primera internacionalidad en Lyon, mirando a los ojos en cada melé a Jean-Pierre Rives (él con el 7, "Casco de oro" como sempiterno 6 de los bleus), un perro de presa que sigue provocando, cuarenta años después, pesadillas a quienes sufrieron sus placajes destructores. Un respeto para el "Pelado" Neyra.

Con el histórico patrocinador en retroceso, El Monte Ciencias afrontaba una situación de economía de guerra. Se gestionaba esa ruina con mero voluntarismo y aunque las buenas intenciones no llenan la barriga, mal que bien sobrevivimos sobre todo gracias al sacrificio de quienes habían disfrutado una época de vacas gordas que jamás volvería, y que se adaptaron a la nueva situación con espíritu irreprochable. Si hubo excepciones, tal vez las hubiera, la memoria ha conseguido borrarlas con uno de sus aliviadores trucos. El caso es que aquella directiva pronunciaba diez veces la palabra "dinero" por cada mención deportiva que había en sus reuniones y hubo quien apuntó la idea de incorporar un equipo de mujeres a la estructura de entidad, puesto que las ayudas públicas, de las que siempre es tributario el deporte minoritario, ya eran entonces más sencillas de captar con el señuelo de la igualdad. La Administración, sobre todo la autonómica, ataba por aquellos años a los asesores con longaniza y sólo había que buscar a veinte chicas que quisieran jugar más un técnico que las dirigiese; sería Carlos Neyra, claro, que para eso cobraba: "El rugby femenino... –pausa dramática tras escuchar la propuesta– no es rugby ni es femenino". Fin del debate.

(...)

Casi dos decenios después, el cuento ha cambiado. La política de responsabilidad corporativa de Iberdrola ha conseguido que la liga femenina de rugby, y de otros cuantos deportes también, concite algún interés mediático. En Sevilla, la presidenta Mariola Rus y el entrenador Manu Sobrino enarbolaron la bandera que hace unos años empezaron a tejer los históricos del viejo “Uni” para encaramar a las chicas del Corteva Cocos a la élite nacional. Es cualquier cosa menos un milagro: ella es una leyenda del oval, pionera en España que participó en dos Mundiales con la selección. Él es, posiblemente, el producto más acabado de la cantera rugbística sevillana de los últimos tiempos. Apenas se afeitaba cuando se ganó la capitanía del Ciencias, ha terminado la carrera de Medicina y, antes de cumplir los treinta, da sopas con honda desde el banquillo a técnicos con muchos trienios de experiencia. Con semejantes conductores, la conquista de la cima era casi una evidencia.

No pretendo engañar a nadie: sigo la peripecia del Corteva Cocos con descriptible entusiasmo, parecido al del público que dejó semivacío un auditorio de Guadalajara donde conferenciaba César González Ruano. Quizá exagere si digo que he presenciado más de treinta segundos seguidos de alguno de sus partidos. El mérito de estas chicas, no obstante, no puede medirse sin considerar que practican rugby de alta competición con una aproximación por completo amateur. Son deportistas aficionadas, valga la acepción más elogiosa del término, tanto que una de ellas combate el Covid-19 como sanitario en una UVI móvil del 061 y otra pilota un avión que trae material sanitario desde cualquier confín del globo. Nadie lo merece, pero esta gente menos que nadie, la putada sangrienta que le ha hecho la Federación Española Rugby (FER).

El equipo sevillano había terminado primero la fase regular de la Liga Iberdrola cuando se suspendieron las competiciones. En el campeonato masculino, con cinco jornadas aún por disputarse, se declaró campeón al VRAC Quesos Entrepinares –líder provisional–, epítome de ese poder federativo que ha convertido el arbitraje nacional en un sicariato del cártel de Valladolid. En el femenino, se organizarán los playoffs por el título sin que se sepan fechas ni sedes ni protocolo de seguridad ni calendario de entrenamientos ni qué jugadoras podrán participar al excederse la validez de las licencias de temporada. Uno de los clubes beneficiados por la arbitrariedad es el Cisneros, alma máter de esa familia Feijóo que gobierna la FER con querencia a la sucesión norcoreana y cuyo equipo de chicos también ha conjurado la amenaza del descenso por la interrupción abrupta de la División de Honor. Se equivocarán en su batalla legal los responsables del Corteva Cocos si abordan la problemática con una óptica de género, puesto que son víctimas de una cacicada política: el eterno pisotón en el pescuezo de un presidente que lame solícito las suelas de los poderosos mientras se orina inmisericorde en la pechera de los débiles.

Que vengan ahora con la pamema de los valores del rugby estos dirigentes señalados por las instancias internacionales por retorcer ilegítimamente, no una sino dos veces, el reglamento de las naturalizaciones para atajar hacia unos resultados que por su falta de talento les son esquivos.


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