Alí Torres y los 41... presidentes

La tregua

El deporte profesional, primero en Estados Unidos y luego en el resto del mundo, quedó organizado hace tiempo bajo el modelo del trust, al que el DRAE define con concisión filológica y precisión quirúrgica: “Grupo de empresas unidas para monopolizar el mercado y controlar los precios en su propio beneficio”. Uno de los retos pendientes del capitalismo del siglo XXI es la regularización de sectores esenciales como el digital, que de facto está en las manos exclusivas de un puñado de multinacionales. La LFP no comercia con un bien de primera necesidad, por más importancia que queramos darle al fútbol, así que su asamblea retuerce la normativa a su antojo.

Cuarenta y uno de los cuarenta y dos miembros de esta asociación monopolística de clubes profesionales de fútbol, todos excepto el Getafe, andan mariconeando –sacrifiquemos la corrección política en el altar de la inteligibilidad– con el espinoso asunto de la devolución a sus socios de la parte proporcional del abono no disfrutado, y resulta que es el único presidente que ha anunciado sin ambages que reintegrará el dinero, Ángel Torres, es objeto de la crítica de sus compañeros. “Et s’il n’en reste qu’un, je serai celui-là”, dejó escrito Victor Hugo en “Los castigos” a propósito de su oposición a Napoleón III. Emboscados tras alambicadas explicaciones jurídicas, los demás presidentes buscan eufemismos que velen su propósito de quedarse con los que no les pertenece, o sea, y he aquí la definición más canónica de la palabra “robar”.

Betis y Sevilla, cada cual en su laberinto de tesorería temblona o inversión desaforada, devinieron súbitamente avestruces egoístas y eluden siquiera el menor debate sobre sus intenciones. La ciudad dual, ahora que la efeméride de la cornada de Talavera ha desempolvado viejas crónicas sobre la rivalidad entre Joselito y Belmonte, ha vuelto a separarse en trincheras irreconciliables. El Teatro de la Maestranza y la Empresa Pagés reembolsan a los espectadores damnificados por la primavera perdida. Los clubes de fútbol y el Consejo de Cofradías escudriñan las entrelíneas del Código de Comercio para decorar su fechoría con el lazo de la legalidad. Ni una duda de con quiénes se alinea el firmante, a pesar de la desdicha que supone coincidir, siquiera circunstancialmente, con el pesado de Facua.