Entrenador, ingeniero y promulgador de aforismos
La tregua
Lucas Haurie 16/07/2020 |
Tiene el don de la elocuencia Manuel Pellegrini, que no en vano es compatriota de Roberto Bolaño, con cuyos detectives salvajes aprendió a leer –a leer de verdad– nuestra generación, o del embajador Edwards o del asturiano de adopción Luis Sepúlveda, a quien el coronavirus se llevó, o de Isabel Allende y sus altibajos o del galardonado guionista Antonio Skármeta o, cómo no, de ese canalla preñado de talento y maldad a partes iguales que fue Pablo Neruda. Esperamos de los chilenos, por aquello de la vecindad osmótica, el mismo verbo alambicado que gastan los argentinos, sus mejores enemigos, pero ellos son más directos: hablan con sus característico “cantito” y se los entiende “al tiro”. Hay que haber estado parado al pie de Los Andes para entender que una cordillera tan rotunda es capaz de separar planetas, no sólo países.
Chile, un melting pot de base criolla pero sazonado con oleadas de inmigración tardía europea –alemanes, franceses, suizos, balcánicos, sajones de las compañías mineras…–, exporta profesionales competentes muy bien armados de éticas del trabajo e intelectual, como si unas gotas de cartesianismo y rigor luterano hubiesen matizado la querencia autoindulgente del carácter latino. “Es necesaria la figura de un director deportivo”, sentenció Pellegrini tras cinco minutos de roce con el amateurismo presuntuoso de ABA, y reveló veinticuatro horas después el recién llegado entrenador algunos detalles de la negociación con “los dueños” del Betis, en referencia a Ángel Haro, más que nunca Don Haruel, y a su fiel Catalanza, últimamente conocido como El Ausente. Le han bastado dos frases, pim pam, para certificar todo lo que el observador no comprado lleva años denunciando: unos espabilados se han apropiado del club y lo conducen al abismo por la vía de un anonadante recital de disparates.
Más que Ingeniero a este hombre habría motejarlo Aforista y ríanse de La Rochefoucauld y de Baltasar Gracián.
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