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My name is Haro. Embust Haro

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
28/07/2020

Una de las tres cosas que más coraje me han dado en los últimos meses ha sido reconocer que a José Antonio Espina, mi querido amigo, lo asistía la razón en la controversia que mantuvo con el presidente del Betis durante la presentación de Antonio Cordón. Semejante circunstancia me privará de uno de los escasos placeres que van quedando sin miedo a la multa, tal es entablar con él discusiones más o menos bizantinas en las que amontona tesis, raudo y torrencial como el tableteo de una metralleta, hasta convertir cada réplica en un reto. (Dicho queda sin que esto implique dar por bueno, compañero, que un día paseaste de la mano de Heidi Klum ni que Novak Djokovic sea un alfeñique.)

Pero la mentira y su primo de Zumosol, el cinismo, restan interés a cualquier esgrima dialéctica y a lomos de ambos hubo de huir don Haruel, en adelante EmbustHaro, por no admitir el saludable cambio de criterio que lo ha llevado a transitar de Catalán a Cordón. El pecado capital de todo mandarín con ínfulas de tiranuelo es apartar de su vera a cuantos osen quitarle un gramo de razón, renunciar a ese esclavo que con su permanente susurro (“memento mori”) recordaba al general portado en triunfo su condición falible y finita; en suma, humana. “Has estado cumbre”, canta al unísono el dañino coro de pelotas que se ha comprado el presidente con dinero del Betis.    

La pirueta argumental desvergonzada es prerrogativa reservada a los genios, como ese Cela, ya Nobel, a quien concedió el Ministerio de Cultura (1995) su más alta distinción, merecidísima pero tardía. “Yo nunca dije que el Premio Cervantes estaba putrefacto”, negó su vozarrón intimidante sin arredrar al entrevistador, que le leyó la cita exacta. “Ah, pues sí lo dije –reculó tan pancho–. Era un premio putrefacto porque no me lo habían dado”. Con ese arte debería haber salido Haro del entuerto del director deportivo, si acaso lo adornara ese rasgo luminoso de inteligencia que es la humildad: el soberbio, macerado en mil complejos, jamás revisa críticamente nada que haya dicho o hecho. No huelga aclarar, visto el nivelito, que nos referimos con Cela a un célebre escritor y no al delantero que militó en el Betis mediados los cincuenta, si bien tampoco hay peligro de confusión aquí, a tenor de cómo (des) conocen la historia bética sus actuales dirigentes.

Sea como sea, lo sustancial es que el Betis intenta retomar con Cordón y Pellegrini el camino del que se desvió al prescindir de Setién y de Serra, cada cual en la medida que quiera el lector admirarlos o denigrarlos: un director deportivo y un entrenador donde hace un año había un grupeto diletante y un hombrecillo. Son dos pasos imprescindibles para alcanzar el éxito que se resiste, aunque puede que no sean suficientes. Hay que seguir caminando. Veremos.


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