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El fútbol de selecciones interesa a... los futbolistas

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
10/11/2020

Ahora que la palabra “parón”, casi onomatopéyica, propiciaría versos o más bien ripios de evocadora rima consonante con “depresión”, es cuando con mayor entusiasmo debiéramos ponderar el titánico esfuerzo organizativo de la LFP, LaLiga en su denominación comercial, para consolarnos con el parchecito de normalidad que ofrece en esta pesadilla que nos atenaza. ¡Hasta en Navidad tiene calendarizados Javier Tebas partidos como sucedáneo de las cenas familiares! Porque sí, amigos, a este punto de tristeza inabarcable nos han abocado: la única alternativa que esta vida demediada nos ofrece a un Elche-Celta es una comparecencia de Moreno Bonilla, ese niño de San Ildefonso investido con poderes de káiser. Entre lo uno y lo otro, convendrán en que no hay color.

El programa de partidos internacionales recargado con un amistoso de propina, además, envenena los sueños de los entrenadores de la élite, que hiperventilan cuando echan cuentas sobre los minutos que correrán sus futbolistas desparramados por los cuatro confines del planeta y puede que, por una vez, asista la razón a esta pléyade de plañideras vocacionales: “trop c’est trop”, exclaman los franceses en libérrima traducción de nuestro “basta ya”. Sucede que esto que ahora se llama “Ventana FIFA” no concita los intereses de los aficionados, vale, y molesta a los clubes, de acuerdo, pero sí beneficia al crack y más concretamente, sobre todo, al entramado empresarial que se construye alrededor de toda estrella, mayor o menor.

No nos detengamos, porque pilla lejos, en el incremento de facturación que las grandes corporaciones unipersonales del fútbol mundial (Cristiano Ronaldo, Messi, Sergio Ramos, Neymar, De Bruyne, Mbappé…) experimentan con cada foto con la camiseta nacional, con cada récord que rompen, con cada acto comercial estampillado con la sentencia “defender-a-mi-país” de estos chicos que frecuentemente viven y tributan muy lejos de su terruño. Todas las selecciones, sin excepción, tienen una figura que viaja desde una gran liga para ponerse al servicio de la patria… y para atender a un determinado número de compradores, grande o pequeño, que por unos días lo considera un soldado al servicio de su bandera y no un mercenario a sueldo de un jeque kuwaití u oligarca ruso. ¡Qué formidable dinamizador de las cajas registradoras es el patriotismo!

Los clubes sevillanos, esta semana, padecen las consecuencias de esta codicia disfrazada de sentimiento de algunos de sus jugadores más destacados: el siempre ejemplar Andrés Guardado en el Betis, capitán de México que incluso lesionado se retrata con el chándal de la Tri; o los exuberantes Diego Carlos y Ocampos que, cascados por el sobreesfuerzo, terminan sobre las llantas todos los partidos del Sevilla y aun así se embarcan en desplazamientos transoceánicos para meter más tralla a sus cuerpos, conscientes de que jugar un rato con Brasil y Argentina amplía sus mercados respectivos mucho más que un millón de informes técnicos sobre el rendimiento que ofrezcan contra el Leganés. Se habla de “proteger a los artistas” olvidando que los artistas no quieren que nadie los proteja. A ellos les va bien así y si se contracturan en el avión de vuelta, pues mala suerte.


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