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Un renglón en el anecdotario

La tregua
Lucas Haurie
Lucas Haurie
29/11/2020

Tengo dicho un montón de veces, en relación al antagonismo que mantuvieron durante sus respectivos reinados en los años ochenta, una enemistad a distancia un poco al estilo de los duelistas de Joseph Conrad, que siempre admiré más a Miss Thatcher que a Maradona. Fueron dos personajes más parecidos de lo que suele pensarse, pues ambos derribaron a base de puro talento las gruesas puertas que se interponían desde sus respectivos nacimientos entre ellos y el éxito. Cada uno en lo suyo y cada cual para su causa, son dos genios encarnaron sin ambages la excelencia. No los ha habido mejores y difícilmente los habrá.

Esta preferencia de Maggie sobre Diego es una cuestión íntima que tiene que ver con la personalidad o con la cosmovisión o con ambas cosas y que, sin embargo, no debe impedir que el cronista deportivo reconozca, en la semana de su muerte, que la magnitud futbolística del Pelusa no admite parangón; pero que tampoco es desdeñable su dimensión social, por más que se empeñara en amigarse con la hez más hedionda del planeta (desde capos mafiosos a dictadores comunistas, valga la redundancia), ya que su labor como generador de felicidad, sobre todo en la atormentada Argentina y en la depauperada Nápoles, compensa con creces esos devaneos.

En nuestro pequeñito universo del fútbol sevillano, también hay un pedazo de Diego Armando Maradona del que dejar testimonio y así lo han hecho, con gracia y precisión, algunos colegas que ya informaban en aquella temporada post Expo. Lo que no se ha resaltado es la absoluta indiferencia con la que el sevillismo vivió (y vive) el paso del astro por su equipo. Los sevillistas son gente un poco rara que, en general, siente rechazo por las mitomanías. En el Sevilla hay ídolos, faltaría más, pero estos se construyen y ensalzan exclusivamente por lo que han hecho con el escudo de los tres santos en el pecho.

Fue un placer para los hinchas ver a Maradona en el Sánchez-Pizjuán, de acuerdo, y aparte de eso, ¿cuántas veces desde 1993 han tertuliado con o entre sevillistas rememorando las gestas y desventuras de Maradona aquí? Entre cero y ninguna, me atrevo a afirmar. El recuerdo grato de ese Sevilla lo conforman el exquisito Suker, el corajudo Simeone, los mundialistas Rafa Paz y Jiménez, aquel otro Diego (Rodríguez) que cruzó el Rubicón de la rivalidad… y no hay discusión sobre las devociones de aquellos aficionados anteriores a los títulos, mucho más cercanas a Álvarez, Francisco, Polster o Nico Olivera que a Diego, quien por estos pagos es más un renglón en el anecdotario que una página de oro en la historia.


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